OPINIÓN

La exhibición cotidiana del discurso de AMLO es ineludible si queremos hacernos una idea de lo que pasa (y de lo que puede pasar)

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NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL

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La mañana del 8 de marzo, para responder por qué una vez más se blindó Palacio Nacional con una muralla metálica ante la llegada de los contingentes de mujeres que marcharían hacia el Zócalo, el Presidente respondió como suele, con socarronería y haciéndose la víctima, abriendo mucho los brazos y pelando los ojos, y también con la sonrisa ladeada que subraya su convicción de estar diciendo algo muy obvio, muy evidente. "¡Magínense! Lo que quisieran...", dijo, refiriéndose a las feministas. (Bueno, él dice "femenistas": tan guango le viene el asunto que ni siquiera le interesa nombrarlo bien). "Esteee... Destruir el Palacio. ¡Lo toman! ¡Para que haya nota! Nacional e internacional". En este punto, hubo varios segundos de balbuceos que podrían transcribirse así: "Enton noecesist; el guales tiuyola sirs". Por asombroso que sea, parece que a nadie le llaman la atención esos posibles indicios de afasia. "¡No!", siguió, "¡logran su propósito! De que ya nadie hable del narcoestado de la derecha...".