Con pena y todo
DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN MURAL
3 MIN 30 SEG
"El bello público". Tal fue el sonoro nombre que sus propietarios impusieron a la nueva casa de mala nota del lugar. Don Ardilio quiso conocerla y, unos días después de la inauguración y correspondiente bendición del establecimiento, acudió a él con sus amigos. Cuál no sería su sorpresa -frase inédita- cuando entre las damas que prestaban sus servicios en el lupanar vio a su esposa. "¡Pero, mujer! -le dijo consternado-. ¿Tú aquí?". Repuso ella: "Acuérdate, Ardilio, que me pediste buscarme un trabajo que me gustara y supiera hacer bien"... Doña Cotilla, la vecina del 14, era muy dada a contar chismes. Los inventaba con una imaginación mayor que la de Julio Verne o H.G. Wells. En cierta ocasión le dijo a don Geroncio, señor que cargaba sobre el lomo 85 inviernos: "En el edificio se rumora que le hizo usted el amor a Cerberina, la portera". "No es cierto -replicó el provecto caballero-, pero de cualquier modo agradezco el rumor"... Hace tiempo pasó a mejor vida en mi ciudad un joven gay de modesta condición. Sus compañeros publicaron en El Heraldo del Norte, periódico local, una esquela que comenzaba así: "Con pena y todo participamos el sentido fallecimiento de...". Pues bien: con pena y todo me aparto del coro general que ha celebrado la manera en que se impuso Trump sobre Gustavo Petro, presidente de Colombia. Eso es como aplaudir a un boxeador de peso completo que noqueó a uno mini mosca. Ciertamente el mandatario colombiano erró al fincar su inicial oposición al yanqui en zarandajas tales como invocar el nombre de Bolívar, que hace ya mucho tiempo dejó de cabalgar, y esgrimir otros obsoletos patrioterismos oratorios de similar jaez. Pero igualmente Trump usó rudeza innecesaria -big stick- al enviar a los deportados de Colombia en aviones militares, implícita amenaza, y atados con cadenas como criminales, según se ha difundido. Eso no es para alabarse, pienso, y menos si el desorbitado exceso de fuerza constituye aviso de lo que a otros países, México el primero, habrá de suceder si en cualquier forma oponen resistencia a las acciones del ocupante de la Casa Blanca. Remaré contra la corriente, costumbre en la cual incurro con lamentable asiduidad, pero diré, apartándome de la opinión casi unánime, que en este caso mi simpatía no está con el rufianesco redneck yanqui, sino con Petro, quien por causa de fuerza mayor -nunca mejor empleada la expresión- hubo de ceder ante Trump para evitar mayores daños a su país. Al declarar mi punto de vista hago a un lado cuestiones ideológicas relativas a la persona del presidente colombiano, y me atengo estrictamente a los acontecimientos. Es lo mejor que se puede hacer con ellos... Manifestó el conferencista: "Hay siete razones para querer reencarnar después de la muerte. La primera es que podremos volver a tener sexo". Desde el fondo se escuchó una voz masculina: "Ahórrese las otras seis. Salen sobrando"... La señorita Himenia, célibe otoñal, invitó hace unos días a merendar en su casa a don Cucurulo, señor chapado a la antigua: usaba bombín, chaqué, polainas, reloj de bolsillo con leontina y calzado de charol. Le ofreció un piscolabis de galletas de animalitos y rompope, y conversó con él acerca de las últimas películas que habían visto: "El sheik", con Rodolfo Valentino (1921), y "La marca de fuego", con Pola Negri en el papel de Carmelita de Córdoba (1923). Al sonar el reloj las 7 de la tarde don Cucurulo se despidió: "Amiga mía: me acuesto con las gallinas y me levanto con el gallo. Permítame retirarme. Que tenga usted una buena noche". Replicó, desolada, la señorita Himenia: "Si se retira ¿cómo podré tener una buena noche?"... FIN.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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