Sus chiles en nogada son literalmente gloriosos. Desde hace tiempo, ella me ha invitado un par de ellos en el riguroso e insustituible mes de septiembre de cada año. Basta con que se combinen tanto el verde fragante de un buen chile ancho y el rojo desgranado de aquella fruta con nombre de arma explosiva, con la cremosa blancura de la salsa de nuez, para que cualquiera crea haber encontrado el Nirvana gastronómico o el sabor de lo más íntimo de México.