El cáncer que ha corroído la vida política y social del país ha sido la concentración del poder ya sea en un solo hombre o en una camarilla. Sin nada que los contenga terminan por corromperse diseminando la podredumbre. Nuestro modelo de gobierno -teóricamente republicano, representativo y democrático- termina por sucumbir frente a un modelo electoral y un sistema de partidos que socava toda expresión concreta de federalismo. La escasísima influencia de la sociedad se reduce a la emisión del sufragio con poca o nula información del destino que les espera con tal o cual candidato o con tal o cual partido al interior de los cuales las decisiones siempre las toman las cúpulas. Un pueblo hastiado de gobernantes desconocidos y lejanos sin conexión con sus expectativas determinaron el ánimo social que llevó al triunfo a López Obrador.