Se necesita ser una persona de muy, pero de muy escasa estatura moral, para necesitar arrastrarse en el estiércol de la calumnia y la difamación en perjuicio de alguien más. Corriente y sin tino resultará ser siempre el escupitajo verbal que hacia otros lanzan aquellos pigmeos morales -por famosos que sean- cuya oscuridad y falta de ética en las venas les empujan a la rinconera bajeza de su ego expandido, desde donde despliegan -como agresivas garras- los únicos dos recursos que les quedan en su raquítico arsenal responsivo: la difamación y la calumnia; es decir: el destructivo y vulgar intento por manchar con el veneno de sus mentiras la imagen y el prestigio de alguien más, ante quien la comparación, en el plano de lo valioso y evidente, les resulta absolutamente desfavorable, por lo que recurren al plano indolente de las patrañas.