¿Y qué hacer con el calor, aparte de deplorarlo? Depende de los rumbos donde nos toque estar
¿Calorcito?
NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL
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El calor de este año en Guadalajara empezó entre las cuatro y las seis de la tarde del pasado viernes. En realidad, y porque imaginé que tendría alguna utilidad registrarlo con precisión (falso), quedó inaugurado a las 17:07, que fue el momento en que, para romper un silencio hecho de estupor y angustia, en casa se oyó por primera vez la frase "¡Qué calor se soltó!" -la dije yo, anteponiendo al sustantivo "calor" un calificativo soez que no voy a repetir aquí-. La obviedad encapsulada en semejante declaración inservible tal vez se disculpe si se tiene en cuenta cómo, por la mañana de ese mismo viernes y en las primeras horas de la tarde incluso, estuvo soplando un airecito sabroso -fue aironazo en algunas partes, del que tumba árboles-, y cómo al amanecer incluso hacía fresco. Pero a las 17:07 ya estábamos cociéndonos, pues en la ciudad (o en la zona donde vivimos) súbitamente el tiempo se había vuelto "bochornoso", que es el término que mejor comunica el conjunto de sensaciones desagradables y casi siempre inevitables que hay que empezar a sufrir: la sudoración y la consecuente pegosteosidad (de uno mismo, de los demás y de todas las cosas), el entorpecimiento del ánimo y la ralentización de la voluntad, el sopor, la molicie, y por fin la descomposición del humor y el aborrecimiento de la existencia.