Aquella Cuaresma...
DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN MURAL
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Las estadísticas, inexorables, muestran que en México ha descendido el número de quienes profesan la religión católica. Tiempo hubo en que prácticamente el 100 por ciento de la población era católica, apostólica y romana. Las cosas fueron cambiando, y ahora numerosos mexicanos y mexicanas profesan otras creencias. La nueva época, entonces, da lugar a la nostalgia en los fieles católicos de edad. Para ellos, por ejemplo, la cuaresma no es ya lo que era antes. Los días que antes se llamaban "santos" se han vuelto comunes y corrientes. El paso de los años, el ineluctable cambio de las costumbres, acabaron con las viejas tradiciones. Antes el regocijado júbilo del Carnaval se abría a la alegría profana. Había bailes de disfraces, desfiles de carros alegóricos, combates de flores y cascarones llenos de confeti para ser rotos en la cabeza de los desprevenidos. Llegaba luego el Miércoles de Ceniza. Hombres, mujeres y niños acudían a los templos a que el sacerdote les recordara, imponiéndoles en la frente una señal luctuosa, que polvo somos y al polvo hemos de tornar. Las ciudades, como decía López Velarde al hablar de "la Cuaresma opaca", se llenaban de "jesusitos", que tal era el nombre que recibía la marca de ceniza que se llevaba en la frente. En los templos las imágenes eran cubiertas con telas moradas, y en las casas los grandes espejos de la sala, de ornamentados marcos en forma de dragones alados, se tapaban con grandes lienzos negros, al igual que las "lunas" o espejos de los roperos y los cuadros con imágenes sagradas. Los creyentes se imponían sacrificios y mortificaciones que duraban los 40 días de esta época penitencial. No se iba al cine ni se escuchaba el radio. Desde hace tiempo la Semana Santa ya ni siquiera se ha llamado así. Fue designada con el extraño nombre de "semana mayor", como si las otras tuvieran menos días. Los escolares ya no salen a vacaciones de Semana Santa, sino de primavera. Estos días estaban cargados antes de significación, y se solemnizaban en mil formas; ahora, sobre todo en el norte de México, por la cercanía quizá con el país vecino, tales días pasan casi inadvertidos, y sólo son motivo para una rutinaria suspensión de actividades. No existe casi ya la bella ceremonia del pésame a la Virgen, ni la llamada visita a las siete casas. Va desapareciendo la tradición del sermón de Las Siete Palabras; la quema de Judas se va extinguiendo, y no son muchos los hogares en los cuales se siguen cocinando todavía las delicias de la temporada cuaresmal, desde el caldo de habas o de lentejas hasta los postres de torrejas y capirotada, pasando por las tortitas de papa o camarón seco, los vernáculos nopalitos, chicales o flores de palma, y todo aquello que era la gala y el ornato de las cocinas de nuestras madres y nuestras abuelas. Ellas horneaban el pan para toda la semana a fin de no profanar el recogimiento de los días con el trabajo mujeril. Nada de eso se ve ya. No se trata, claro, de pedir el regreso de aquellos días idos para siempre, ni de decir con tono melancólico que todo tiempo pasado fue mejor. Se trata sólo de evocar con "una íntima tristeza reaccionaria" -otra frase del poeta de Jerez- aquellos días cuando el Viernes Santo a las 3 de la tarde quedaba todo quieto, inmóvil, en silencio, en solemne rememoración de un acontecimiento en el cual ni siquiera pensamos nunca ya. Las cosas del tiempo que se fue son irrecuperables, y no cuadran ya con el espíritu y las maneras de los días nuevos. A veces, sin embargo, es bueno volver los ojos al pasado, no para anclarse en él, sino para rozar siquiera las raíces que nutrieron a nuestros antepasados... FIN.

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Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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