No queda más que rezar para que caigan sobre la ciudad algunos genes modernos de dignidad y capacidad técnica
'Aguada-lajara'
Carlos Vázquez Segura EN MURAL
4 MIN 00 SEG
Cada que las nubes se coordinan para soltar su generoso espectáculo líquido sobre más de la tercera parte del calendario, nuestra querida ciudad de Guadalajara -y los municipios que la abrazan- se transforman en una gigantesca torta ahogada. Sus calles se vuelven canales caudalosos mientras sus entrañas se reblandecen como el enorme migajón de arena amarilla y jal que le sostiene. Sus semáforos festejan la llegada de las lluvias anulando la lógica de sus luces o apagándose por muchas horas. El suministro eléctrico se vuelve intermitente y caótico cuando no se ausenta del todo, llevándose de paso al indispensable internet y atentando contra el itinerario de la moderna vida económica y social de nuestros jóvenes y "chavorrucos". Los ánimos se deterioran, algunos anuncios se rinden al empuje del viento, mientras el tráfico... ¡Uf!, ¿qué no decir del tráfico?, dejémoslo en que simplemente avanza a gotas sobre caudales que parecen ríos infinitos.