El Presidente ha reído todo lo que le da la gana, y nos ha invitado a acompañarlo en su contento, pues entiende que reír es posible
Adiós a las risas
NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL
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A lo largo del sexenio, el presidente Andrés Manuel López Obrador se rio mucho. Y quiso, también, que los mexicanos riéramos con él, como lo prueba el buen humor que por lo general exhibe en público (en privado, dicen, puede ser un volcán colérico), además de su propensión a colar siempre dichos, juegos de palabras y chistes, así como su ingenio para la imposición de apodos, la destreza casi siempre infalible que tiene para la carrilla y su talento asombroso para la producción de absurdos, y también su recio blindaje contra todo sentido del ridículo (dos veces se puso a balar como borrego en las "mañaneras"). Nunca se ha quedado riéndose solo: seguramente al tanto de que eso es propio de dementes, cada vez que ha soltado la carcajada o ha desplegado sin más una ocurrencia insospechable (como cuando dedicó parte de la mañanera a ver las peripecias de Benito Bodoque), sonriente y divertido, tuvo la certeza absoluta de que su hilaridad era compartida de inmediato, y no sólo por sus numerosos y deplorables paleros y lamebotas, sino también por millones de mexicanos que todos los días le beben las gracejadas, y aun por aquellos (entre los que me cuento) que, sin tener el mínimo afecto por el individuo, nos sorprendemos a veces incapaces de aguantar la risa por su última payasada -a muchos les pesa, me imagino, y querrían que esa risa no interrumpiera su rabia y su aborrecimiento.