En la forma de vida a la que ingresamos cuando hay que volar se condensa una suerte de potenciación de nuestras peores posibilidades
A volar
NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL
5 MIN 00 SEG
Antes, cuando un pariente o un amigo volvía de un viaje, en especial si se trataba de un destino exótico, lo debido era dedicar una tarde a oír el pormenorizado relato de sus peripecias y a ver las fotos, preferiblemente como diapositivas proyectadas. Un fastidio, desde luego. Pero es un poco triste cómo el mundo se ha achicado al grado de que difícilmente se llegan a protagonizar aventuras lo bastante excitantes para justificar ese ritual. Y no sólo porque viajar sea más sencillo o parezca más al alcance de cualquiera (esto lo dudo: habría que ver, de acuerdo con el incremento de la población, qué tanto se han movido las proporciones demográficas entre quienes viajan y quienes jamás llegarán a hacerlo), sino también porque el mundo está cada vez más a nuestro alcance sin necesidad de perseguirlo por cielo, mar o tierra. Y las fotos, en todo caso, pueden exhibirse en Instagram, para asegurarse de que nadie las vea.