En París 2024 empecé a hacer corajes desde que un exaltado locutor, al ir describiendo el desfile por el Sena, tradujo "Égalité" por "Legalidad"
A qué vamos
NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL
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Digamos que, hasta cierto punto, los atletas son inatacables: por la ilusión disciplinada que los ha llevado a París, y por la emotividad que exudan al saberse ahí, al centro de las miradas del mundo, que vuelve inmensamente vulnerables a las mujeres y los hombres más rápidos y fuertes y hermosos del universo. Pero sólo hasta cierto punto, y más adelante vuelvo sobre esto. Aclarado lo anterior, y antes de que acaben de extinguirse los fuegos artificiales y apaguen o desinflen el fraudulento globo-pebetero suspendido sobre Las Tullerías (qué patraña, yo pasé varios días preguntándome cómo habían logrado eso, hasta que me enteré de que era agua con lucecitas), quiero plantear algunas observaciones que en realidad son quejas y que más en realidad seguramente son sólo pataletas propias de la edad; después de todo, tenía yo meses de nacido cuando Mark Spitz hacía pedazos el agua de la alberca, y cuatro añitos (y ya de eso sí me acuerdo) cuando Nadia implantó en nuestra inteligencia de las cosas una irremovible idea de la perfección: ocho años cuando el osito Misha y 12 cuando Don Galleto; de Seúl, a los 16, no me acuerdo de nada, y de Barcelona de ese otro timo que fue la flecha de fuego y de Freddie Mercury y Montserrat Caballé. Etcétera.