Por lo general, el espectador promedio evita sumergirse en las profundidades de los sistemas de juego. Le resultan complejos, intrincados. No se complica: va al estadio a ver ganar a su equipo. Busca emociones y anhela que caigan goles. Esto no quiere decir que no entienda el juego pero la racionalidad pasa a un segundo término frente a la sensibilidad. Su existencia se vuelve más intensa mientras dura el partido. Insaciable, participa en acaloradas discusiones en las redes sociales, uniéndose al coro estridente. Sin menospreciar las detalladas explicaciones estratégicas de algunos comentaristas de la actualidad, el televidente goza la experiencia del encuentro más por su ingrediente lúdico que por su fondo táctico.