OPINIÓN

50 de Stonewall

Genaro Lozano EN MURAL

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Todo movimiento social tiene un momento insignia, uno que se identifica como el catapultor de la causa. Para el movimiento LGBT global ese hecho ocurrió un 28 de junio de 1969 en el Village neoyorquino, cuando la policía intentó detener a la clientela del Stonewall Inn, un bar controlado por la mafia italiana, pero los asistentes los recibieron a botellazos y dijeron ya basta. Al menos eso cuentan las voces que recuerdan los hechos.

Stonewall no fue la primera vez que un grupo de personas trans, gays y lesbianas se alzara en contra del acoso de la policía, ni Nueva York la primera ciudad donde algo así pasara, pero aun así a 50 años de esa fecha, los neoyorquinos tendrán una celebración gigantesca, con concierto de Madonna, millones de participantes, marcas y empresas que explotan esta celebración y con mucho arcoíris, pero también con retos que se pensaban ya superados.

Tan solo en Estados Unidos se pasó de la prohibición expresa de emplear a personas LGBT en el gobierno federal, de la intimidación a los bares que servían alcohol a gays a una visibilidad como nunca antes, a la presencia de políticos LGBT a todos los niveles, incluido Pete Buttigieg, el primer precandidato gay a la Presidencia de EU. Además ya se reconoce el matrimonio igualitario en todo EU y la defensa de los derechos LGBT se convirtió en un pilar de la política exterior estadounidense con Hillary Clinton.

Desde hace ya casi una década, el gobierno estadounidense ha realizado esfuerzos para empoderar a activistas LGBT de diversas partes del mundo. Por esta razón, junio, el mes del Orgullo, se ha convertido en una fecha clave para la diplomacia estadounidense y el personal de las embajadas de EU ha asistido a las marchas de la diversidad sexual en diversas ciudades de Europa y América Latina, principalmente. Sin embargo, el gobierno del presidente Trump ha revertido muchos de esos esfuerzos.

Por ello, el activismo estadounidense está en alerta. La organización Human Rights Watch denunció que Trump quiere revertir las medidas antidiscriminación para personas trans que provee la reforma de salud de Obama. Adicionalmente, con su narrativa plagada de xenofobia, la administración Trump pone en peligro a inmigrantes LGBT de Centroamérica, quienes huyen de la violencia en sus países y buscan asilo político en EU. Además, el gobierno de Trump pone en peligro extremo a miles de mujeres en el mundo al condicionar apoyos económicos a organizaciones de la sociedad civil que apoyen a mujeres que buscan interrumpir un embarazo de forma segura. Esta ley mordaza también está afectando a organizaciones que trabajan para dar servicios de salud a personas que viven con VIH-sida, malaria y tuberculosis.

En otras palabras, los retrocesos son evidentes. Sin embargo, para los activistas más jóvenes está siempre la tentación de creer que los avances son lineales, que no habrá retrocesos y que el mercado y las marcas son siempre aliados de la diversidad sexual.

Las marchas de orgullo van perdiendo sentido político cada año en perjuicio de que las marcas y las empresas están ávidas de consumidores y de limpiar sus malas imágenes. En contados casos las marcas son realmente aliadas de la diversidad, en otros simplemente hacen lo que en inglés se llama Rainbow o Pink Washing. Se lavan la cara lanzando productos con el arcoíris, participan en contingentes en las marchas, pero evitan hablar de lo político del movimiento o darle derechos a sus empleados. Esto es un dulce para los influencers LGBT, pero no ayuda a pensar en lo que el corporativismo le hace a la lucha política e invisibiliza la desigualdad de clase que afecta profundamente a la gente LGBT.

Hoy en países como EU, o México, la diversidad sexual tiene más aliados que nunca antes, pero también nuevos retos que hacen que, parafraseando a Marsha P. Johnson, no haya orgullo que celebrar para algunos de nosotros sino hasta que se consiga la liberación de todas y todos. Aun así, ¡felices 50, Stonewall! ¡Menos marcas y más demandas!