OPINIÓN

La escuela y el trabajo facilitan manejarnos con la sucesión de los días hábiles; en el asueto, en cambio, las mañanas, tardes y noches se comprimen

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NEGRO Y CARGADO / José Israel Carranza EN MURAL

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La primera vez que escribo "2025" es al titular el archivo en el que está cobrando forma este artículo. No había abierto la computadora desde que escribí el de la semana pasada, robándole una hora a una noche de la vacación en el balcón del cuarto de hotel, junto a la playa, bajo un cielo estrellado de modo inverosímil y adoptando una postura anómala que hizo que se me torciera el cuello, pues la mesita de dicho balcón estaba demasiado chaparra. Que hayamos ido y vuelto parece ahora mismo una fantasía o un sueño: el tiempo de las vacaciones se abrevia o se dilata de formas que nada tienen que ver con el tiempo de la rutina y el trajín, cuando la escuela y el trabajo nos facilitan manejarnos con la sucesión de los días hábiles; en el asueto, en cambio, las mañanas y las tardes y las noches se comprimen en el recuerdo hasta implotar suavemente y dejar sólo el polvillo de su improbable ocurrencia. Hace una semana estaba todavía flotando en la alberca frente al mar, y parece que fue ayer mismo o que fue hace meses o años. La inminencia del final de las vacaciones acentúa esas percepciones distorsionadas y hasta trastornadoras del transcurrir del tiempo: razón de sobra para que las vacaciones no terminen nunca, diría yo.